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El hombre que quería ver a Dios

Un hombre quería vera a Dios, así que subió a una montaña muy alta donde se instaló y vivió durante un año. Al cabo del año, decepcionado por no haberlo encontrado, decidió partir. Entonces la montaña preguntó:
¿Mis árboles no te han dado sombra suficiente? ¿Mis manantiales no te abastecieron de agua? ¿Con mis animales no conseguiste alimento? ¿Por que te marchas?
Sí, pero yo busco a Dios.
¿Buscas a Dios? ¡Pero, si soy una parte de él!
Sin escuchar la montaña, el hombre se marchó. Con la esperanza de encontrar a Dios en un frondoso bosque. Pero transcurrido un año decidió marchar y buscar a Dios en otro lugar, puesto que tampoco ahí no lo había encontrado. Así que los arboles del bosque preguntaron:
¿No eres feliz con nosotros?
Sí, pero me falta Dios. ¡Quiero verlo!
Si eso te preocupa-Rieron-quédate con nosotros.
¡Mira! -Dijeron, señalando un mono en las ramas de un árbol- ¡Ahí tienes una parte de Dios! ¡Todos somos parte de él!
El hombre pensó que los árboles del bosque se burlaban de él y se alejó sin decir una palabra. Convencido que un simple mono no podía ser parte de Dios.
Pasado un tiempo, el viajero se instaló junto a un lago. Al verlo, un sapo que allí vivía, dijo:
¡Al fin encontraste lo que buscas! ¡Mira, yo soy una parte de Dios¡
¿Te burlas de mí? ¿Un vulgar batracio, es parte de Dios?
Disgustado, abandonó inmediatamente el lugar con la decepción y la inquietud socavándole la fe. Sentía que había buscado a Dios en todas partes, y su última opción era alejarse al desierto. ¡Tal vez ahí lo encontraría!
Al llegar se encontró con un sabio, quien al pasar le saludó.
Y aprovechó el momento para preguntar.
Busco a Dios, ¡quiero ver a Dios! ¿Acaso sabes donde hallarlo?
Tráeme un recipiente lleno de luz, dijo el Sabio, y te haré ver a Dios.
De inmediato el hombre marchó hacia el sur y, tras muchas peripecias, volvió con un plato y dijo:
Aquí tienes un recipiente lleno de luz.
Pero, el sabio refutó:
¡Yo solo veo un plato, pero no veo la luz!
El hombre, confuso, buscó una lumbre y la puso sobre el plato:
¡He aquí un recipiente lleno de luz!
El sabio miró y dijo:
Veo el plato y la llama pero no veo la luz.
El hombre, confundido, volvió a partir y tras meses de reflexiones, consultas y busqueda, volvió con una botella transparente y se presentó ante el sabio diciendo:
Maestro. Al fin, aquí tienes un recipiente lleno de luz.
El sabio sin inmutarse exclamó:
Veo una botella, pero, ¡todavía no veo la luz!
Al oír estas palabras, el hombre comprendió que no podía seguir buscando a Dios como él lo hacía, puesto que Dios es igual a esa la luz:

No se puede ver la luz, sino los objetos iluminados por ella. No se puede ver a Dios, sino las cosas que su luz ilumina.

idea original tomada de la web (derechos del autor)

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