El mundo que
anhelo inspira a hierba, a selva verde, a mares y ríos. A arboles e higos, uvas
y moras. El mundo que anhelo tiene un sol adecuado en lo alto, y a la vez una
lluvia que besa su cuerpo azul, marrón y verde. Tiene seres increíbles, que
parecen venidos de mundos de ensueño, irrealizables pero ciertos. Tiene de
hierro, de magma y petróleo que avivan sus entrañas. De dunas, estepas y cerros.
De playas, guijarros, pingüinos y peces. De tigres, osos, caballos, águilas,
jirafas y toros. De perros, gatos, aves, primates y vida que brota del suelo. El
mundo que anhelo tiene el sonido de risas naturales, de aire puro, de la
inocencia que emerge, en los dulces rostros de piadosos seres.
Pero alguien dijo
que para comprar el mundo que quiero, debo luchar con aliento pertinaz en una
selva de concreto y odio, de egoísmo, polución, crimen, miseria y sueños rotos.
De calles de asfalto, de adobes que construyen la desdicha humana. De edificios
calurosos, estrépito de cláxones, rostros amargados, dolor y llanto.
¿Acaso ese
mundo que anhelo, no existía desde el principio? No emergió la vida en el, y no en entre estos muros que opacan razones
de vida.
¿Acaso? Un admirable
y bondadoso Dios, no construyó ese mundo ideal en el cual vivir. Hoy, lejano y
al cual un día llamamos: paraíso.
Germán Camacho López
Germán Camacho López
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