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La dignidad del perdón

La dignidad que otorga el perdón es proporcional a la grandeza del carácter. Dejar atrás las hieles amargas del rencor, si bien, resulta a veces difícil, liberta de un gran e innecesario peso. Se enaltece en verdad quien en su naturaleza concibe el don del perdón, de perdonarse a sí mismo y perdonar a otros. Restar relevancia a las conductas hirientes y necedades, sin tomárselas tan en serio, con una buena dosis de humor, es el ejercicio más sano. Y es que en algún momento, todos necesitamos ver perdonados nuestros yerros. Que los agravios se escriban con polvo de tiza, y las buenas conductas se inscriban en mármol.
El rencor solo aviva las heridas, las condimenta con sal y limón que lastima cada vez que se recuerda el dolor del desaire. Pero a veces esos desaires son nimiedades, que con el tiempo mutan en pesadas cargas, difíciles de lastrar. En el fondo, somos siempre nosotros reaccionando en la premisa de nuestras propias creencias, incluso, acertando ofensas donde no existen. Siendo soberbios, dejando de lado lo que realmente importa. Olvidando que las puertas que cerramos por orgullo, quizá un día por el motivo más impensado las necesitemos abiertas.
Debemos hacer una pausa y reflexionar si las culpas que achacamos a los demás, acaso no habitan en nosotros mismos, y el enojo que cargamos es solo la lucha interior por querer ser diferentes. Nunca sabremos si el sendero de ese cambio sea el puente que ahora rompemos con desdén. Es cierto, perdonar no alterará el pasado, pero podría sin duda definir el futuro, un futuro de plenitud y felicidad.
La rabia solo alimenta rencor, frustración, tristeza, dejando latente siempre una sensación de incertidumbre, de vacío. Máxime cuando aquellos que sientes te han lastimado, son personas cercanas a ti.
No vale la pena ser inflexible, establecer un rumbo estricto; sentirse capaz de batirse contra vientos y tempestades. Eso se llama soberbia.
Ser incapaz de perdonar, extender la mano, establecer el dialogo, es rendirse a lo imprevisible; dejar que el tiempo solucione lo que cada uno por iniciativa propia debe sanar. Es una necedad y un acto de inmadurez.
En lugar de evocar el dolor, la tristeza, la frustración; debemos vibrar en la armonía, lo positivo, el amor.
Tú decides si girar en la ruleta del pasado sin saber dónde caerá la bola, ni que sorpresas te depare, o empezar a perdonar y perdonarte. Abrazar la vida, desterrar lo doloroso y agradecer tantas cosas buenas que ocurren cada día.

Germán Camacho López

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