No pretendía que lo entendiera.
Con el transcurrir de los días el dolor se sentía como un golpe seco en el
pecho. Pero vislumbraba en ella la valentía para salir avante. Tampoco pretendía
que otros concibieran que no estaba en mi la clase de amor que ella reclamaba;
no porque su forma de amar o la mía fuera la correcta, simplemente, éramos
diferentes, cual si viniéramos de
esferas disimiles. Y a pesar de haber depositado mi confianza en ello, el
tiempo demostró con una dureza glacial que, más allá de los múltiples
esfuerzos, no sería en esta vida donde acertaríamos un punto de encuentro. Ella
debía continuar, encontrar el amor, la clase de amor que anhelaba. El calor, la
candidez y la ternura ajenas para mí. Era joven, tenía la fuerza, la belleza y
la bondad para continuar el camino. Por mi parte yo solo tenía lo que era: esa
mi gran riqueza, era mi propio dolor y soledad, pero a la vez un triunfo en
mi búsqueda personal. Cada vez más ajeno a la humanidad, abrí la puerta a la bella
e ingenua doncella, al gran campo florido que se extendía más allá de mi castillo
de dureza. Éramos solo amores distintos que por ahora no se encontrarían. Sabia
del dolor en su corazón, pero confiaba en ella, en su capacidad de resurgir; de
encontrar las palabras, caricias, y comprensión de sus semejantes. De otro lado
no sé si un día encontraría también a los míos en la familiaridad, la convivencia
o la amistad. Por ahora todo resultaba lejano. Conservaría su bella sonrisa
como aliciente en días grises. Mirando desde el torreón esas verdes llanuras
cobijadas bajo azules cielos. Ambicionando que su tiempo a mi lado la hubiese
hecho más fuerte, más cierta. Capaz de comprenderse a sí misma. Añorando que sus
sentimientos por mí se apaciguaran hasta
ser un susurro imperceptible. Y que un día volviera a mi puerta radiante,
feliz, para relatarme como la vida es buena, y existen muchos como ella allá
afuera. Entonces yo mismo imaginaria un mundo habitado por otros como yo. La abrazaría
y le diría lo único que siempre quise: sé feliz mi pequeña, sé libre.
Germán Camacho López
Comentarios
Publicar un comentario